De su libro Firmado en La Habana, publicado en 1996 por Editorial SIBI, de Miami:
 
 
 
ORGULLO NACIONAL
 
Ninguno de nuestros ministros es rico.
Ninguno tiene fincas, fábricas ni propiedades.
Ninguno tiene cuenta en los bancos de Suiza.
¡Ni falta que les hace!
                        
                    
 
 
POESÍA DE ESTACIÓN
                
 
             (A Mashena en Varsovia y a Maya en Atenas)
 
 
Es muy extraño todo en este otoño.
 
Las rosas son enormes y tienen vocación de suicida.
 
Todos los violinistas del metro
están llorando abrazados a sus perros 
y a sus violines.
 
Yo vivo un holocausto diario
en los museos y las galerías
porque me acosan opulentos obispos
guerreros a la hora exacta de la muerte
caballos destrozados sufriendo ese dolor
que propone una química ajena
al sentimiento.
 
Es muy raro este otoño
al que atraviesan ríos
apacibles y helados
que no entienden mi anzuelo
con veleros y botes
que llevan otros rumbos
y lo peor
que vienen de riberas
donde no tengo muelle
ni amores, 
ni música esperándome.
 
Qué rara estación esta
que pasa por mi vida
sin ti, sin la canción, sin nada
porque es inútil la belleza ajena.
            
 
            
 
MATAR A UN POETA
 
 
Es muy hermosa la muerte de un poeta.
 
Lo recuerdan sus viudas más piadosas
hay muchas flores y ofrendas oficiales
y los compinches de bares y cantinas
lo evocan en las barras habituales
con oleadas de rones melancólicos.
 
Es excelente la muerte de un poeta
porque podemos recordarlo
con poéticos discursos
donde se disimulan con tinta de notario
las odiosas manías que acosan a esos seres.
 
Un poeta muerto permite que miremos
condescendientemente sus atrocidades
se le perdonan los escándalos públicos
su amor por los aviones comerciales
el abandono de sus hijos
la fidelidad a los alcoholes
y su vocación de perdulario.
 
Las pocas irreverencias permitidas
se convierten en leves pecadillos
y las dudas, los traspiés, esas borrascas
las sospechas, lo oscuro, lo sombrío
baja en el ataúd con él
prendido en el alfiler de la corbata.
 
Es maravillosa la muerte de un poeta.
 
Enseguida surgen testimonios
redactados por un íntimo enemigo
y los atribulados directores de revista
garantizan el número que viene.
 
Tenemos, además, un  nombre nuevo
para instaurar un premio literario
y otra fecha para relleno en los periódicos.
 
Una muchacha de provincia
ajada y sin jardín
pone unos versos malos
en su caja de música
y llora el viernes como nunca
por el destino de la protagonista
de la telenovela.
 
Pero es bellísima la muerte de un poeta
porque la muerte es una celada del amor terrestre.
 
Cuando se ha muerto un poeta
siempre hay alguien alegre
en una estancia deshabitada de ternura.
Es imprescindible la muerte de un poeta
porque sus cantos a la patria se liberan
y quedan fuera del dominio autoral
los poemas que escribió a sus mujeres.
 
Claro, es mucho más difícil
abandonar con naturalidad las rosas secas
visitar el zoológico
cortar los crisantemos
recoger los vidrios
mirarse en los espejos
y ocultar en las gavetas
o en otros intersticios
los amores frustrados.
 
Pero siempre es mejor un poeta muerto.
 
Nos queda limpia toda su poesía
y nos libramos del conflicto diario
de convivir con un hombre
que ama la vida desastrosamente.
 
Un hombre que no quiere la muerte
ni en poesía.
                            
 
 
                             Raúl Rivero
 
        
 
 

Índice